«Lo voy a hacer con mi maza», le decía el calandino Juan Herrero, Rompedor de este año, a su hija apenas unos diez minutos antes de la Rompida de Calanda este Viernes Santo. Los encargados de dar este primer toque siempre lo hacen con una maza que el Ayuntamiento personaliza con sus nombres, pero este, y ya lo tenía claro él desde primera hora, no iba a ser el caso de Juan. «Necesito hacerlo con mi maza», repetía ante Alba, hija y cómplice que le acompañaba en estos momentos previos con emoción, nervios y su tambor en el suelo listo para salir también a tocar. «Son los rituales de mi padre. Así lo vivimos aquí», afirmaba.
Era una de las tantas conversaciones que entonces buscaban apartar los nervios en los bajos del Ayuntamiento, aquel lugar donde la Rompida siempre empieza mucho antes mientras la multitud espera fuera. A las 11.30 el vestíbulo ya estaba lleno con los pocos privilegiados que viven esos inicios del gran momento de Calanda entre ruido, algún selfie, y muchas dudas y emoción de última hora: «¿cómo empezamos?», «¿cuánto queda?», «¿lo haremos bien?». Todo bajo la mirada de los pocos calandinos que, pese a tener que permanecer dentro ese día como parte de la organización, no dejaron de enfundarse sus túnicas. «Saldrá bien, porque siempre sale bien», se decían unos a otros como quien espera la llegada de algo grande.
Entre toda la gente, cuando solo quedaban 10 minutos, la otra gran protagonista, Eulalia Ramón, ya no se separaba de Juan Herrero. Seguía sus pasos y atendía con atención a sus palabras. Juan intentaba tranquilizar sus nervios y los de la invitada y juntos intentaban matar el tiempo hablando de aquello que a ambos les une y les unirá aún cuando pasen los años: Carlos Saura, aquel director de cine tan querido en la localidad. Allí, en mitad de la sala, ambos mantenían una conversación íntima en la que, si uno hacia el esfuerzo, solo podían escucharse palabras de agradecimiento de Eulalia hacia Juan. «Que estuvierais en la capilla ardiente de Carlos para mí fue impresionante», le repetía con brillo en los ojos.

La actriz y también directora de cine había llegado a Calanda anoche, Jueves Santo, cuando visitaba por primera una plaza de España antes del Via Crucis, mucho más vacía e iluminada de la luz morada que acompaña a una estatua de Buñuel que ya ejerce de faro para todos sus vecinos. Eulalia se fue pronto a dormir porque este viernes «quería vivirlo». Llegó pronto al Ayuntamiento, acompañada de su hija Anna Saura y el resto de hijos de Carlos Saura que pudieron estar presentes (todos menos Manuel y Adrián). Incluso llegaron a Calanda sus nietos, los hijos de Anna, quienes pese a su temprana edad ya parecían haber tocado bombos y tambores desde la cuna y miraban a la muchedumbre con intriga desde los balcones del Ayuntamiento.
Mientras tanto abajo, cuando solo quedaban cinco minutos, comenzaba a formarse el pasillo que dirige a los protagonistas hacia el Bombo Grande, un momento donde los nervios crecían todavía más incluso entre los encargados de la organización. Prueba de ello fue uno de los momentos en los que la tensión porque todo salga bien y a la hora logró mezclarse con la risa cuando una de las cocoteras confundía la salida de los Rompedores con la del Bombo Grande, que ya llevaba en la plaza unos cuantos minutos.

Tras las risas, los Rompedores continuaron avanzando en un pasillo en el que se mezclaban las palabras de recibimiento hacia Eulalia y los ánimos hacia Juan. Los tambores se acumulaban porque ya no cabía nadie más, pero todos los presentes procuraban no ejercer el más mínimo ruido. Una vez llegaron también lo hacía con ellos la calma absoluta, ese silencio previo lleno de magia que solo puede entenderse si uno visita Calanda para este día.
La cofradía de Juan, el Nazareno, eran quienes esta vez rodeaban el gran bombo. Allí, Antonio Royo, ‘El Boti’, comenzó a descontar los minutos, y entonces la única en romper el silencio fue Eulalia, quien no pudo dejar de exclamar «¡qué emoción!». Royo hizo entonces lo mismo esta vez con los segundos. 20…10. Ni una mosca se atrevía a volar, Eulalia lanzó un beso arriba con lágrimas en los ojos, y con el bastón de mando, los palillos y mazas arriba y los nervios a flor de piel, lo último que se pudo escuchar antes del estruendo fue un grito que significaba mucho más: ‘¡Vamos Juan!’. El resto, como todos los años, ya no se puede explicar con palabras.
Desde entonces, los tambores y bombos siguieron sonando primero con la procesión del Pregón y dos horas más tarde, justo cuando empieza a caer la noche, con la procesión de la Soledad: tres horas de recorrido marcadas por los toques característicos de cada una de las cofradías calandinas. En ella destacó el olor a incienso y la gran presencia de niños pequeños. La cofradía del San Pedro volvió a hacer sonar sus cornetas con una banda que el año pasado ya fue innovación; y los tambores del Cristo Crucificado acapararon miradas al realizar un parón en mitad de la procesión en el que se dieron la vuelta en sentido contrario para quedarse mirando justo al Santo en lo que se cree que ha podido ser un homenaje a un cofrade.
50 años del Bombo Grande
Cientos de calandinos han estado frente a él. Unos pocos afortunados han podido tocarlo para romper la Hora, incluyendo figuras famosas en el mundo del cine y la cultura como Imanol Arias, Ana Belén, Veronica Forqué, Luis Eduardo Aute, Carlos Saura, Fernando Trueba, Luisa Gavasa o la última, Eulalia Ramón. Está firmado por miles de personas, muchas de ellas turistas que se quedan asombrados por sus grandes dimensiones. Ha transcurrido Rompidas pasadas por agua y también de extremo calor. Incluso llegó a ser el único que ocupó la plaza de España en 2020 y 2021 con un lazo negro en recuerdo de todas las víctimas de la pandemia. Acumula los sentimientos de todo un pueblo y en él, cada Viernes Santo, empieza todo desde hace ya 50 años.

Es el Bombo Grande, el mayor icono de toda la Semana Santa calandina. Antes de él hubo otro denominado Urtain, de 120 centímetros de diámetro y construido por el artesano Tomás Gascón. Entonces ya se sacaba para que la gente lo tocara, y como tanto llamaba la atención se decidió crear este gran bombo, encargado de presidir desde entonces la plaza cada Viernes Santo.
Este es también obra de Tomás Gascón, quien junto a Blas Franco dirigía al resto de tamborileros que se reunían periódicamente para trabajar en este encargo. Lo hacían en el antiguo taller de José Gascón, aunque también se necesitó la ayuda del taller de herreros que en aquel momento tenían los hermanos Jubierre.
Construirlo fue todo un reto. Nunca nadie había pensado en realizar un instrumento de tales dimensiones: este gigante tiene 130 kilos de peso, dos metros de diámetro de los parches batidores, emplea 56 metros de cuerda tensora y su piel, de becerro argentino, fue regalada por un peletero valenciano. En la Semana Santa de 1973, hace ahora 50 años, presidió por primera vez la plaza de España. Ese mismo día, la piel batidora no soportó la presión y terminó rajada de punta a punta, algo que desde entonces ya nunca ha vuelto a suceder.
En su momento, quienes lo convirtieron en una realidad, seguramente no eran conscientes de lo que realmente estaban creando. Fue récord Guinness durante 18 años y su imagen ha dado la vuelta al mundo. Actualmente existen otros más grandes que él, pero ninguno jamás podrá tener un mayor significado a nivel sentimental que el de Calanda, fiel reflejo de unión de todo un pueblo.
Posiblemente sea la peor de las rompidas. Son mucho más bonitas las que se hacen de noche.