Como un matrimonio bien avenido, como dos hermanos que se necesitan, como los eslabones de una cadena o como las piezas contiguas de un puzzle, los cargos y las cargas son complementarios, consecutivos e indisolubles.

¿Y qué fue antes el huevo o la gallina? ¿El cargo o la carga? A esta última pregunta es fácil responder. Primero existe el cargo: alguien se encarga ―valga la redundancia― de crearlo. Para ello un elemento poderoso, que suele ser político, se inventa de la nada una necesidad, que transforma en organismo, y con el fin de justificar la existencia de la cosa crea un carguito de nuevo diseño, el puesto ideal para ese familiar o amigo perdido en la nada pero que tiene aspiraciones y que seguro vale un valer. Un buen votante sin duda.

Tenemos el organismo, tenemos el cargo. Ahora no puede faltar un fantástico despacho, un experto en redes sociales, una encuesta a todo tren para comenzar a rellenar de contenidos el memorándum de turno, elaboración de informes, innumerables reuniones con despliegue tecnológico, no importa si bailan por ahí las erratas y faltas ortográficas…, y la difusión en medios. ¡Venga! Hay fondos, sin problema. El aparato dispone, sólo hay que proponer. Todo para dar pábulo al palo mayor. Por el camino y en la sombra pululan los obreros que saben manejar la maquinaria, en silencio, cumpliendo escrupulosamente con su horario y demostrando ―a una grada sorda― su buen hacer. Para estos cabezas-cortadas no habrá flores ni reconocimiento ni salario sobrado, es su obligación contribuir siempre a la causa empresarial. Comerán ajo y beberán agua mientras se resignan a contemplar cómo se dilapida una cantidad vergonzante de pasta en labores vacías, en pérdidas absurdas de tiempo, que no son sino cargas para la sociedad.

Contamos con entidades de toda clase, donde los cargos se multiplican, constituyendo así verdaderas cargas. Allí donde aparezcan células con el nombre de presidencia, vicepresidencia, secretaría, cartera, federación, comité, consejo, órgano, delegación, dirección, centro de…, sabremos que son lugares excesivos en todos los sentidos. Los entramados que crecen en dirección vertical sólo son buenos para quienes están en lo más alto, pisando a los de abajo. Si estás a mitad, no olvides que los demás te sostienen, a excepción de los de arriba, que también cargas a tus espaldas. Sin embargo, las redes horizontales no pesan, se expanden mejor y generan amistades en vez de súbditos, colaboración en lugar de pisotón, más abrazos sinceros y menos besos obligados. Ustedes ya me entienden. Que los cargos los carga el diablo y los disparan los idiotas, «salvo honrosas excepciones» por ambas partes.

Marisa Lanuza. Una de cal y otra de arena