En ocasiones resulta triste que el valor de una nación se mida por la estupidez de sus gobernantes. Sin embargo es cierto que para que un determinado territorio progrese se tiene que dar la confluencia de una serie de circunstancias o factores. Así, cuando hay talento entre las gentes y la coyuntura de su gobernanza lo permite, florecen la ciencia, la tecnología, las artes y la economía. Sin embargo cuando al menos uno de los dos factores: gobernantes o gobernados fallan, el fracaso estrepitoso, y ulteriormente la desaparición como pueblo, están prácticamente asegurados.

En España hay mentes brillantes y mucho talento en prácticamente todos los campos y disciplinas que seamos capaces de imaginar. Sin embargo se han encadenado bastantes malos gobiernos, de tal manera que si hay un, pongamos por ejemplo, presidente del gobierno ineficaz, el otro todavía es más inepto si cabe. Presidentes como Felipe González tuvieron sus luces y sus sombras. Felipe se cargó literalmente toda la industria pesada de España y con él las cifras del paro subieron hasta sus topes en aquel momento histórico.

El siguiente presidente socialista: José Luis Rodríguez Zapatero superó a Felipe de largo en lo que a nocividad para el país se refiere. Con él también se batieron récords en unas cifras de paro que, objetivamente, se habían reducido muchísimo con el gobierno de José María Aznar. Fue Rodríguez Zapatero quien empezó con la crispación y la memoria histórica (o histérica) y las divisiones entre las varias Españas, cosa que al menos durante la Transición todos los partidos políticos tuvieron el acierto de evitar. Ya se sabe que cuando hay poco que ofrecer, sólo resta desviar la atención hacia otros frentes, y esta vez, en vez de mirar al futuro, ZP decidió mirar hacia el pasado para retroceder un poco más.

Con defectos y todo, sin embargo España se iba recuperando poco a poco con el Gobierno de Rajoy. Hasta que llegó Pedro Sánchez. Con él hemos vuelto al desempleo brutal y a un caos político monumental, aderezado con el problema vergonzante de los okupas, los independentistas empoderados y un Vicepresidente, antes adalid de los pobres y ahora aburguesado y residente en un chalet de lujo. Alguien que antes decía que el himno nacional era algo cutre y pachangoso, pero que ahora no duda en llamar a la Guardia Civil (de la que antes renegaba y que por cierto todos pagamos) para proteger su intimidad cuando le hacen sonar en su puerta el Himno de España. En suma, dicho castizamente, con Sánchez en la poltrona, ahora son los zorros los que vigilan el gallinero.

Algunos dirán que la culpa de la crisis actual es de la pandemia. Pero si miramos un poco más allá, veremos que crisis e imprevistos nos atacan siempre, gobiernen unos u otros, y la verdadera diferencia está en cómo se atajan y se les hace frente para sobrevivir como pueblo. La cuestión es que en el momento presente ese personaje tan inquietante que preside el Gobierno de la Nación quiere profundizar en la brecha y dividir todavía más, intentando superar en estupidez al mismísimo Zapatero.

Y no contento con gastar dineros públicos en desenterrar a Franco, que creo que a estas alturas nos preocupa bien poco a los españoles de a pie, quiere destinar ingentes partidas de dinero a identificar el ADN y desenterrar también a todos los muertos de la Guerra Civil del 36 al 39. No a los de las otras guerras civiles o no civiles. Sólo a esos. Y a tirar la cruz del Valle de los Caídos.

Como si no hubiera necesidad, precisamente ahora, de destinar el presupuesto a paliar la crisis del coronavirus, a ayudar a las empresas que se están viendo abocadas al cierre, y a invertir un poquito más en investigación para no depender de las vacunas de Oxford y de lo que decidan para nosotros desde Bruselas y Washington. Como diría «El Cantar de Mío Cid» podríamos decir ahora de los españoles: ¡Dios, qué buenos vasallos!, si tuviesen buen señor. Feliz semana, y a más ver.

Álvaro Clavero