Y por fin transcurrieron las Navidades, y enero luce ya limpio de festividades y lleno de ascetismo para que corrijamos todos los excesos que hicimos, al menos en lo que al pecado de la gula se refiere.

No se si se habrán dado cuenta, pero empezamos década nueva. Ya han pasado dos décadas completas del siglo XXI y estamos sumergidos en la tercera. Recuerdo que cuando era pequeño, allá por los años 80 nos hablaban del año 2000 y parecía ciencia ficción. Lo de los coches voladores, las colonias en marte, y por supuesto en la luna, así como lo de varios robots en cada casa lo dábamos por hecho.

También que los niños se incubarían desde el estado de óvulo fecundado en una especie de botellas gigantes, sin que las mamás tuvieran que cargar a cuestas con ellos durante los nueve meses que se requieren para que estén formados. Y desde luego el teletransporte y la fusión fría serían ya parte del presente.

Sin embargo aquí estamos. Con un virus y una pandemia que en mucho recuerdan a la gripe que en los años 20, pero del siglo anterior, asolaron al mundo, y que la prensa anglosajona dio en llamar, con muy mala sombra «gripe española». No porque el virus se originase en España, sino porque fue la prensa patria la primera que reconoció la gravedad de la enfermedad.
Es cierto que algunas predicciones sí se han cumplido. Por ejemplo la aparición de internet, que nos permitiría hacer compras desde casa y poder hablar en vivo y cara a cara pero a través de una pantalla y videocámaras. También está ahí el vuelo prácticamente perfecto de los drones, capaces de crear figuras móviles en el cielo, cual puntos iluminados en un espacio tridimensional. Y los coches que son capaces de conducirse solos, aunque todavía no sean algo extendido.

Otros problemas que también amenazaban nuestra existencia, por suerte no se han materializado: las radiaciones nocivas del sol que frena la capa de ozono, siguen ahí, más o menos controladas por nuestro bien y el del resto de especies. Y la guerra nuclear por fortuna no estalló como parecía que iba a hacerlo.

Sin embargo, con todos estos avances y alguna que otra parálisis, algunos superando las expectativas, otros no alcanzando a cubrirlas, ahí seguimos, siendo mortales, con las diferencias socioeconómicas de siempre incluso más acentuadas y con nuevos problemas que no son sino los de antes, sólo que con otra cara.

Por eso les decía en otro de estos escritos, que a veces, en el campo, a la orilla de un cabezo que prácticamente no ha cambiado desde aquellos años de mi niñez, con matojos que ya por entonces existían, pensaba que tal vez hace varios miles de años los cabezos del actual término municipal posiblemente estuvieran como ahora, por encima de nosotros como individuos, sobreviviendo a muchas generaciones.

Antes de internet, de las redes sociales y el desarrollo de la inteligencia artificial; antes de los drones y de los análisis de datos predictivos, existían romeros, tomillos, aliagas y gramíneas iguales a las de ahora. Y las piedras que se asientan junto a ellos estarían también, cubiertas de musgo y líquenes, y rondadas por los insectos. Exactamente igual que ahora.

Uno que se sigue creyendo un niño ya ha vivido en varias décadas. Y créanme, que cambiando tanto en el fondo las cosas cambian bien poco, y todo se reduce a unas piedras, tierra y monte.
Feliz semana, y a más ver, amigos.

Álvaro Clavero