Avanza enero inexorable. Pasaron ya las navidades y los días se suceden irregulares, ora con nieblas, ora con sol. Ya hay gobierno en la nación y en Australia sigue la oleada de incendios que en cierto sentido me recuerda a la que sufrió Brasil hace no demasiado. Decían que más de 500 millones de animales habían perecido, sin contar insectos ni invertebrados, y que la catástrofe es dantesca.

Y así es, deja sin palabras. Y lo peor es, que aparte de la coyuntura de sequías y calor extremo, hay gente que es la que detona la mecha y está detrás de la mayoría de los fuegos que arrasan con todo. También tiene que ver el calentamiento global, dicen.

Y es posible que tengan razón. Pero por si fuera poca la estela de muerte y destrucción que dejan las llamas, también entre mucha gente que ha perdido todo, el humo, más contaminante incluso que la emisión de otros gases, viaja por el mundo y deja sentir sus perniciosas consecuencias en Nueva Zelanda, Argentina y Chile.

Culpan también al ganado doméstico del sobrecalentamiento planetario por la cantidad de metano que expulsan en forma de ventosidad. No quiero ni pensar en la que puede expulsar por ejemplo, toda la población de China e India en un día.

Casi 2800 millones de personas multiplicados por un promedio de 2 litros por persona. Calculen, calculen: 5600 millones de litros de gases con alto contenido de metano van al aire que respira el resto del mundo.

Perdonen por lo esperpéntico de la comparación, que lo es. Pero en todo caso no son las vacas, ni los cerdos ni las ovejas o las cabras quienes tienen la culpa de sobrecalentar el planeta redondo. Es la gente que los consume. Es la gente que se multiplica exponencialmente. Y es que el mayor problema de este planeta somos nosotros.

Al menos en términos generalistas el éxito de nuestra especie acabará haciendonos morir, precisamente de éxito, al competir los unos con los otros por unos recursos que agotamos cada vez más.

Me pregunto si los espíritus de todos esos animales muertos por el fuego, sacrificados directa o indirectamente por la acción de las gentes, tendrán espacio en esa otra dimensión. Es duro ver morir. Es duro cuando desaparece toda una especie. Y han desaparecido muchas, probablemente antes de conocerse y ser descubiertas por la ciencia.

Es una tragedia el mero hecho de que se pierda un idioma. Si es toda una especie animal o vegetal el daño es ya indescriptible.

De España ya ni hablamos. También ha sufrido sus propias olas de incendios, como los de la Isla de Gran Canaria. Lo que a la vida le lleva tantos años e incluso siglos desarrollar. Todo el equilibrio de un ecosistema puede desaparecer en horas, y todo por el descuido o por la mala idea, o por los intereses perversos de quienes permanecen ocultos. Lo mismo que ocurre con la política que conocemos, vaya.

A pesar de todo, feliz semana, amigos, y a más ver.

Álvaro Clavero