Me atrevería a decir que hace siglos que los seres humanos nos reunimos a beber en las calles. Hace ya varias décadas que a esos encuentros les llamamos botellones y, cuando el llamamiento es masivo, le ponemos el prefijo macro. Recuerdo en mis años universitarios cómo había algunos que tenían hasta identidad propia como la Champanada del CPS de Zaragoza, que se celebraba con la llegada de las vacaciones de Navidad, o la de la Facultad de Veterinaria. También la Apertura y la Cerradura de Huesca… ¡Qué tiempos aquéllos! Cuando cualquier jueves, viernes o sábado corriente era una buena ocasión para beber en el parque con los amigos. Te ahorrabas bastante pasta y con una copa y unos chupitos en los antros del casco viejo después de acabar con las provisiones del chino ya tenías para mantener el puntillo toda la noche.

Entonces, el botellón también era ilegal, pero no dejaba de ser una opción. Siempre cabía la posibilidad de quedar en un garito a primera hora y beber allí. Pero a nosotros nos gustaba más sentarnos en el suelo y jugar a algún juego absurdo, apostarnos millones de euros por alguna chorrada que siempre deberemos a nuestra mejor amiga, y hasta bailar sin música.

Hoy en día, y tras una pandemia mundial que ha paralizado las macro fiestas durante más de año y medio, intento ponerme en la piel de los que hoy, como yo en su día, tienen 18, 19, 20 y 23 años y me parece una gran putada. Por eso puedo llegar a entender que los jóvenes aprovecharan las no fiestas de Alcañiz y la celebración de MotoGP para intentar celebrar macrobotellones y recuperar parte de lo que perdieron.

Eso sí, lo que no entiendo de ninguna de las maneras es que no se actuara con determinación desde las fuerzas de seguridad y las administraciones para disuadir esos encuentros o, directamente, evitarlos. Con un concejal de seguridad ciudadana de vacaciones y con la Guardia Civil haciendo la vista gorda durante todo el verano era previsible que se liara parda y así ocurrió. Ahora sólo nos queda cruzar los dedos para que de aquí a 10 días no estemos peor que en enero.

María Quílez. Crónica B