Los paisajes han cambiado con el paso del tiempo, tanto por causas naturales (erosión, variaciones del clima…) como por el impacto de las actividades humanas (agricultura, deforestación, minería, urbanización del territorio…). Apenas quedan en Europa rincones que puedan considerarse vírgenes, en los que la huella de nuestra civilización (o, más aun, de sus «daños colaterales») no se haya dejado sentir. Pero quedan montañas que son en sí mismas paisaje, y que guardan la memoria viva de paisajes ancestrales. Una de ellas es Hoyalta. 

Cada generación se va acostumbrando al entorno que ve: unas contemplaron sabinares inmensos donde otras vemos parameras escasamente vestidas de matorral; unas vieron fértiles vegas donde hoy se extienden polígonos industriales. Y cada generación acaba, en muchos casos, concediendo valor y categoría identitaria a los nuevos looks que adquiere el territorio. Los cabezos pelados y pedregosos del altiplano turolense son paradigma de los espacios abiertos que ensanchan el alma y nos vinculan espiritualmente a la tierra. Una chimenea que escandalizó a los amantes del olivar bajoaragonés y concitó las iras de los ecologistas («el pito de Aragón» la llamaban) es vista ahora por muchos como un icono del patrimonio industrial y minero digno de ser conservado.

Tiene lógica, por tanto, uno de los argumentos usados para quitar importancia al impacto visual de los «parques» eólicos sobre el paisaje: los aerogeneradores no representan sino la enésima modificación de la skyline de nuestro territorio. Nos acostumbraremos a la verticalidad de esos hectométricos ventiladores igual que, hace 100 años, los habitantes del Maestrazgo se habían acostumbrado ya a la horizontalidad de los kilómetros de muros de piedra seca. Ese «paisaje energético» no es sino una forma más de paisaje cultural, llamado a representar, quizá como ningún otro, la esencia misma de la sociedad post-petróleo.   

Atrapados en esa lógica, parece que ya todo vale. Contagiados por el «síndrome de la rana hervida», que Uge Fuertes explicaba muy bien hace unos días en el Diario de Teruel, nuestras tragaderas aumentan hasta permitirnos comulgar con ruedas de molino. 

Las altas lomas de Cabigordo y la sierra de El Pobo conservan vestigios de un paisaje que tiene más de diez millones de años de antigüedad. Lo modelan extensas superficies de erosión que, a finales de la Era Terciaria, aplanaron los relieves en dura pugna con los movimientos tectónicos que perseveraban en levantar y bascular grandes bloques de la corteza terrestre. Durante ocho millones de años todo el territorio de la provincia de Teruel estuvo dominado por esas planicies, unas más antiguas y a mayor altura, y otras más recientes ligeramente encajadas en las anteriores. El cuasi-equilibrio de esa orografía se quiebra poco antes del inicio del Cuaternario, cuando se instala y jerarquiza la red fluvial y comienza la excavación de los valles actuales.

Si subimos a la cumbre de Hoyalta, techo de la sierra de El Pobo a 1760 m de altitud, estamos pisando una porción de superficie terrestre que ha permanecido virgen desde hace 11 millones de años. Ningún fenómeno natural la ha menguado ni recrecido. En ella enraizaron plantas que ya no están; por ella transitaron mamíferos hoy extintos. Pero el suelo y las rocas son los mismos; nadie ha escarbado en ellos más allá de unos palmos, y seguramente nunca se ha construido encima algo de tamaño mayor que la hita de un vértice geodésico. 

El nuevo proyecto eólico «Hoyalta» pretende instalar en esa cumbre un aerogenerador de 180 m de altura, para cuya cimentación y plataforma de montaje se necesitará excavar 8000 m3 de terreno. Aspira a ser el estandarte de una docena de ingenios idénticos alineados por toda la divisoria, destruyendo la fisonomía de una montaña que se divisa desde media provincia. Una red de caminos de 10 m de anchura, con pendientes y radios de giro que permitan transportar aspas de 75 m hasta esas cimas, quiere completar un proyecto carente de todo sentido y sensibilidad.  

El siguiente paso, cuando la rana esté ya bien recocida, ¿será proyectar centrales eólicas coronando los Órganos de Montoro, la cumbre del Moncayo y los Mallos de Riglos? ¿Colocar en Teruel una antena de telefonía móvil sobre la torre  mudéjar de San Martín? 

José Luis Simón – Catedrático del Dpto. de Ciencias de la Tierra, Universidad de Zaragoza