Los fanatismos, las posturas radicales, los comportamientos injustificables en nombre de los ideales están por encima de éstos, y a la vez son mucho, muchísimo más profundos que aquéllos.

Las posturas políticas, las filias deportivas, incluso las simpatías por determinados colaboradores televisivos se perfilan y se desdibujan con el devenir de los tiempos. Cambian y evolucionan. Pero las guerras siguen existiendo, y los enfrentamientos, y las traiciones.

Ya lo decía el sabio escritor canario Alberto Vázquez-Figueroa: «Se han cometido más crímenes en nombre de la libertad y en nombre de Dios que en el nombre de la opresión y del diablo». Y las posturas son la excusa. La justificación para enfrentar y dividir. Para enfrentarse y dividirse hasta la aniquilación, a menos que sea un mecanismo de autocontrol global.

Las modas pasan y vuelven. La mala leche innata a nuestra especie siempre sigue ahí. Reflexiono sobre esto a raíz de las últimas revueltas. Esta vez son por la sentencia del «Procés», pero si no fuera ésa la justificación los radicales habrían buscado otra bandera que enarbolar para sacar fuera su odio gratuito convenientemente dirigido por ciertos poderes fácticos.

Si fuera tan sencillo como solucionar el problema que da lugar a las protestas la violencia habría concluido antes de estallar. Sin embargo da igual la coyuntura. El infierno o el paraíso están allí donde los queramos llevar.

Las imágenes de las calles ardiendo son extrapolables a cualquier lugar: podrían filmarse en las favelas de Brasil o en las zonas más conflictivas de Ciudad Juárez. Podría tratarse de Barcelona, como se trataba, o podrían tener como telón de fondo los barrios napolitanos controlados por la Camorra.

Pudieran ser las calles de Manchester ocupadas por los «hooligans» del Manchester City y el Manchester United tras un derby o pudiera ser cualquier lugar ocupado por nosotros, humanos.

Hay pueblos en los que la población está dividida por pertenecer a una hinchada u otra, por votar a un partido político o a otro, incluso por formar parte de una peña o colla diferente a la del vecino.

Sin embargo en los sitios en los que la gente aún depende de los caprichos y los condicionantes de la Naturaleza de una manera descarada y clara, como el desierto por el que transitan, contra todo pronóstico, los bebuinos, la solidaridad entre las gentes, vecinos o incluso desconocidos, es lo que prima y garantiza la supervivencia.

Sorprende ver que ni siquiera estas contradicciones son exclusivas de los humanos. Incluso entre monos y otras especies se puede ver esta suerte de dicotomía entre una forma de proceder y su opuesta. Entre egoísmo y solidaridad. Entre guerra y vida.

Con esta reflexión les dejo esta semana, amigos lectores. No son las ideas, ni las afiliaciones las que necesariamente alimentan el conflicto. Éstas son más bien la excusa para sacar lo malo o lo bueno que llevemos dentro. El poder de elegir entre un extremo u otro depende de nosotros. A más ver.

Álvaro Clavero