El filosofo alemán de origen judío Ernest Cassirer definió al hombre como «animal simbólico», entendido como la necesidad que tenemos los humanos de proveernos de unos símbolos asociados a una comunidad específica que a su vez nos sirva a los individuos para poder construir una identidad dentro de esa comunidad social. Esta necesidad vital de asociarse a unos símbolos puede conllevar experiencias cívicas maravillosas y muy fructíferas, pero depende de cómo se torne el viento de la historia, los símbolos pueden ser utilizados para legitimar sistemas totalitarios que en muchos casos han fomentado el exterminio racial para crear un gran símbolo, una sola raza, un único destino.

A lo largo de la historia moderna y contemporánea podemos encontrar numerosos ejemplos de represión y asesinatos raciales. Entre ellos, el régimen nazi creó una estructura deliberada de genocidio con la participación activa de todo el aparato estatal. Su modelo de nación se basó en perseguir, diagnosticar, registrar, clasificar y seleccionar. En definitiva, una nación racial con la supremacía de la raza aria y la subordinación y aniquilación de las razas inferiores: discapacitados, vagabundos, colectivos de izquierdas y sobre todo la población judía fueron objetivo de aniquilación sistemática. Como señala Hannah Arendt, el genocidio programó eliminar cualquier atisbo de dignidad humana y crear una mera mercancía lista para el exterminio en campos de concentración. El mito de la supremacía aria y el sueño de la gran Alemania fueron sueños cautivadores para una gran parte de la sociedad alemana.

En España, el General Franco creó su propio mundo simbólico asociado a un régimen totalitario y fascista. Una vez ganada la guerra gracias a la ayuda militar del régimen nazi y de Mussolini, Franco se alió con las potencias del eje y creó una simbología patria propia de una dictadura totalitaria. La entrega de la espada victoriosa al cardenal primado de la Iglesia de Santa Barbara de Madrid bajo palio le ungió como Caudillo de España, guardián del catolicismo y timonel de su nuevo estado nacional-católico. Un sistema totalitario como el de Franco tenía la imperiosa necesidad de crear enemigos de la patria, y la lucha contra el comunismo, el ateísmo, el mundo judío y los masones fue obsesión permanente. No en vano, la propaganda antisemita nazi se difundió por el sacerdote catalán Juan Tusquets Terrets y los militares africanistas como Mola o Franco no dudaron en adoptar ese ideario antisemita.

Tras la Guerra Civil, numerosa población civil huyo del país, y volvieron a vivir de nuevo los desastres de la guerra. Muchos de ellos fueron deportados a campos de exterminio, ya que los nazis, tras preguntar a Franco qué hacía con el listado de españoles –hombres, mujeres y niños- republicanos y exiliados, el cuñado de Franco y ministro de Asuntos Exteriores del régimen, Ramón Serrano Suñer, contestó: »No hay españoles fuera de España». Desde el Ayuntamiento de Alcañiz queremos homenajear a aquellos alcañizanos que sufrieron y murieron en los campos de concentración nazis, y queremos asociarnos al símbolo y memoria que representan Auschwich y Mauthausen: Un muro de las lamentaciones, un espacio de reflexión y memoria que nos ayude a eliminar los totalitarismos y aceptar al diferente como parte de la convivencia de una sociedad plural y democrática.

El 10 de mayo del 2015 el entonces ministro de Asuntos exteriores del Partido Popular José Manuel García Margallo visitó Mauthausen; hago mías sus palabras: «Mi sitio está en cualquier lugar donde haya un español que sufra o haya sufrido». El Ayuntamiento de Alcañiz tiene que estar en el lado correcto de la historia. Otros partidos políticos de esta ciudad no piensan lo mismo.

Jorge Abril. Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Alcañiz