En el cole de mi hijo hay una familia que no cree en señores barbudos vestidos de rojo ni en reyes que siguen estrellas fugaces. Defienden ser honestos con sus hijos y no participan de comidas familiares ni paquetes envueltos. Uno nada más, el día de Año Nuevo, para celebrar lo que se fue y lo que está por llegar. Hasta ahí, todo correcto. Cada familia cree y educa en los valores que considera oportunos. Como decía mi abuela: lo que ocurre detrás de las paredes de cada casa es cosa de los que viven dentro. Sin embargo, los hijos de esa familia van al colegio de mi hijo y comparten con él aula y actividades. No me había planteado que mi hijo pudiera perder la ilusión con tan solo cuatro años. Por suerte todavía no ha llegado a casa con preguntas incómodas, aunque sí cuestiona la existencia del pajarito que se chiva de los empujones que le da a su hermano. Y eso ya me invita a pensar. Los niños, a esas edades, no distinguen bien entre realidad y ficción, por eso creen, temen y se ilusionan sin medida. ¿Por qué duda de Pinzón?
Los niños hablan, más ahora que están de moda las asambleas en el aula. Me encanta que se les dé la oportunidad de expresarse y de aprender a escuchar. En cambio, en estas fechas y como es lógico, el docente pregunta qué han escrito en la carta y, después de las vacaciones, qué regalos les han traído.
Nuestras tradiciones son católicas, gusten o no, y la programación escolar gira en torno a Navidad, Semana Santa y las vacaciones de verano. En Infantil llevan más de un mes cantando villancicos y decorando árboles. Por tanto, el compañero de mi hijo tiene muchas oportunidades de robarle la ilusión y la magia o, al menos, de que dude de ella y de nosotros.
Dicen que la libertad de uno termina donde comienza la del otro y me planteo dónde están los límites en este caso. No puedo pedirle a esa familia que finja unas fiestas que no quiere celebrar, en aras de la tradición y el consumo desmedido, pero me gustaría y mucho. No miento a mis hijos. Creo un paréntesis en el que ilusionarlos e ilusionarme, en el que sacamos tiempo para reunirnos y agasajarnos con comida y regalos. Además, si fuera una mentira tan atroz, ¿por qué todos la perdonamos con tanta facilidad?
Cristinica Gómez. Cosas de locos
Pascual F. dice
Creo que a ningún niño se le ha de quitar ni un minuto de inocente felicidad por las creencias de los padres, maxime cuando esos momentos felices son tan veniales, ya se ocuparáel tiempo, la vida y sobre todo las malas personas de quitarle inocencia, limpieza, dulzura, todas esas cosas que hacen que ser niño sea mágico.
Feliz Navidad.
Aurelio dice
Si no defendemos desde «abajo» nuestra cultura, creencias y costumbres se nos «comerán vivos»
José Luis dice
Sra. Cristinica
Soy de la opinión de que el problema no lo tiene usted. El problema lo tienen los niños a los que no se les está permitiendo tener las creencias que tienen y se les está pidiendo que finjan tener otras más adecuadas a las suyas.
Aparte de la tradición cristiana hay otras tradiciones religiosas o laicas y no creo que fuera de su gusto que a sus hijos les hicieran fingir creer en cualquiera de ellas para que se adecuen a las de otros.
Atentamente