En la madrileña calle del Espejo, no lejos de dónde Federico García Lorca vivió de pensión recién llegado a Madrid, me topé en el escaparate de una librería de lance con un título muy adecuado para los momentos que estamos viviendo, tras la sesión de investidura y la formación de nuevo Gobierno con Sánchez e Iglesias a la cabeza, que dicen buscar trasformar de forma progresista a España. Se busca, pues, ir hacia una España diferente de la que conocemos hasta ahora, y ese era, precisamente, el título del libro: «Hacia otra España». Cuando lo tomé en mis manos me llevé la sorpresa de que había sido escrito en 1896 por Ramiro de Maeztu, un intelectual manifiestamente reaccionario y tradicionalista.

De repente la Historia de España se revolvió en su complejidad en mi cabeza: un título que parece hecho para hoy era un libro del siglo XIX y de un autor del que nos hablaban durante el franquismo en la asignatura de Formación del Espíritu Nacional (FEN) porque fue una de las primeras víctimas de la guerra civil fusiladas sin juicio previo por el bando republicano; un escritor, pensador, y político perteneciente a la Generación del 98, con compañeros tan notables, lúcidos o atormentados como Azorín, Unamuno, Valle, Baroja y Ganivet; una persona que sufrió en su adolescencia el desclasamiento a causa de la ruina familiar, de origen humilde venida a más tras la emigración a Cuba; un vasco entusiasta del concepto de Hispanidad; un periodista que en su primer libro (el que tenía en mis manos) plantea que «España debe cambiar» pues la encuentra «despoblada, atrasada e ignorante», bebiendo en las ideas regeneracionistas de Costa.

No puedo dejar de pensar en la complejidad de nuestra Historia y en que sus males y contradicciones ya estaban presentes a finales del siglo XIX y estallaron trágicamente en 1936.

Ramiro de Maeztu (diputado monárquico en las Cortes republicanas) fue, sobre todo, un periodista que se dio cuenta de las deficiencias de España, y buscó las soluciones dentro de la moderación de la derecha; e incluso, en un determinado momento de su vida, en lo que con el tiempo hemos dado en llamar fascismo, lo que le costaría perder la vida a los 62 años.

Todo me hace pensar en que no deberíamos enconarnos, a estas alturas, en seguir dividiendo a la sociedad en dos bandos, y en que se odien. ¿Por qué no ver lo intelectualmente válido de las personas, usar el diálogo y dejarnos de enfrentamientos, cuando, de un lado a otro de las ideologías se ha expresado, con ahínco y apasionamiento, que necesitamos ir «hacia otra España», y siempre con la intención de lograr una mejor, más justa, más moderna, y más culta? Ese libro encontrado en la calle del Espejo me hace ver que nada hay nuevo bajo el Sol; que hace más de un siglo ya había quienes deseaban ir «hacia otra España» porque veían la de su presente como «una nación envilecida…  así en la política como en las ciencias y las artes, así en el comercio como en la producción industrial y agrícola».  Lo diferente es que ahora en lugar de querer engrandecerla no les importa a algunos trocearla en sus partes; y llegan en ciertas ocasiones a evitar usar su nombre (o el de Hispanidad) con orgullo incluso por quienes se sientan en su Consejo de Ministros… y Ministras.

Alejo Lorén