La vida nos pone a prueba constantemente. Tras conseguir un orden en cualquier ámbito, una relativa calma donde relajar cuerpo y mente, llega el pandemonium. Del griego Pan (todo) y daimónion (pequeño espíritu o pequeño ángel, que luego interpretó el cristianismo como ángel caído o demonio), Pandemonium adquirió el significado de ‘capital imaginaria del reino infernal’. Hoy se utiliza como sinónimo de tumulto, confusión, desorden, revoltijo, alboroto, caos, escándalo, revolución, barahúnda, bullicio, lío, embrollo.

Pese a no ser una palabra en principio bella, acaba seduciendo a los que amamos el lenguaje, la etimología y la semántica. Y, casi siempre, nos dejamos embaucar por el significado original. ¿Quién dejaría escapar un paraíso repleto de angelillos? Se me antoja un totum revolutum de espíritus que buscan despertar tu conciencia, un gran puñado de ideas ligeras que atrapar al vuelo para amalgamar un pensamiento importante. También podría asemejarse a las mariposas en el estómago cuando uno se enamora. O quizá compararse con el hormigueo de la impaciencia cuando se espera el resultado de una prueba. ¡Qué demonios ni qué infierno!

Sin embargo, el tamiz religioso ha acabado pervirtiendo éste y otros muchos términos dotándolos de un oscurantismo muy propio de mentes manipuladoras y pejigueras, para las que el mal está siempre ahí, al acecho, con forma de diablo, bicha, diantre, demontre, diaño o serpiente, que es todo lo mismo, ¡ja, la riqueza del lenguaje!

Así que, cuando hablemos de movidas chungas en general, cuando parece que el mundo a nuestro alrededor se vuelve loco y no entendemos nada, mejor no adjudicar a la ligera el apelativo de pandemonium. Seamos consecuentes. Desde tumulto a caos, tenemos a nuestra disposición unos cuantos términos, según la intensidad que requiera. Cuando nos dispongamos a crear algo nuevo y necesitemos inspiración, si nos hallamos en soledad, en lugar de generar una tormenta de ideas, estúpidamente llamada ‘brainstorming’, invoquemos al cielo para que nos envíe un torbellino pandemónico. Seguro que surgirá una obra digna de, al menos, nuestra propia admiración.

Algunos autores ya tomaron nuestro vocablo en consideración: John Martin, autor de ‘Le Pandemonium’, pintura del s. XIX que se conserva en el Louvre; Francis Picabia, que escribió ‘Pandemonio’, probablemente la única novela dadaísta; John Milton, en cuyo poema épico ‘El paraíso perdido’ acuña el término pandemonium para nombrar la capital del infierno; también es el título del segundo libro de la trilogía ‘Delirium’ de Lauren Oliver.

En lo que toca a nuestra vida, no dejemos que se nos lleven los demonios. Tiremos de ellos para traerlos a casa. No son más que pequeños ángeles deseando liarla parda. Y si hay que liarla, se lía, como los agricultores, pero sin tirar la verdura y la fruta por los suelos; eso no, por favor. Es un insulto. Y nosotros sólo queremos pandemonium creador, no destructor.

Marisa Lanuza. Una de cal y otra de arena