Siguen los días raros y la calma chicha. Pero ya se oyen voces de niños por las calles. Dicen que la crisis sanitaria va remitiendo, que las medidas se van a poder relajar dentro de poco.

Dicen muchas cosas pero en esta ocasión no opinaré demasiado sobre lo acertado o desacertado de la gestión de la pandemia.

Sí que diré, no obstante, que me ha gustado mucho el ejemplo del Ayuntamiento de Madrid donde Gobierno y Oposición, en las antípodas políticas, se han puesto de acuerdo, conscientes de la situación, y de que, en última instancia el fin de la política debería ser servir a los ciudadanos y no a los intereses de partido, y por ende, a los intereses personales y egoístas.

Dicho esto, y abundando en la reflexión de semanas anteriores, viendo las especies animales pululando por las calles y los mares y ríos recuperando una limpieza pretérita de hace muchos, muchos, muchísimos años vuelvo a plantearme si el verdadero virus no seremos nosotros.

Bueno, en realidad de esto estoy convencido hace mucho tiempo. Y cuidado, que hay numerosísimos ejemplos del buen hacer y obrar de las personas. Y más en estos momentos que sacan lo mejor y lo peor que llevamos dentro. Pero es lo que tienen estas policromías de sentimientos. Que odiamos y amamos a la vez.

Deseo con fuerza que este «desconfinamiento» no traiga un repunte en el número de contagios y de óbitos. Sin embargo me preocupa la relajación de las medidas. Y me inquietan las posibles consecuencias. Es más, no estoy tan seguro (y ojalá me equivoque) de que no vuelvan a aumentar los casos de contagio de COVID-19 entre esto y el hecho de aplaudir unos debajo de otros, con la susceptibilidad de contraer posibles virus de los vecinos de arriba.

Nos quejamos y nos agobiamos por permanecer en casa, cuando estar en casa, en el fondo es el mayor privilegio que podemos tener. Por supuesto que no es fácil. Pero si les dijésemos esto a quienes han sobrevivido a cualquier guerra se nos reirían en la cara. Y con razón.

Mención aparte merece la coyuntura de los enfermos, y de los fallecidos. Y de sus familias. Vayan desde aquí mi respeto, mi reconocimiento, y todo mi cariño. Lástima que no podamos hacer más en este momento de transición del orden mundial y el cambio de manos de la hegemonía del planeta.

En momentos así, en periodos de «Interregno» como éste que parecemos sufrir en estos momentos es cuando la Humanidad debería ser consciente y sacar conclusiones para aprender. Lástima que los humanos seamos mortales y finitos y las generaciones nuevas tengan -o tengamos- memoria de pez, sobre todo a la hora de llevar a la práctica todo lo aprendido.

Así las cosas, no queda otra que doblarse como el junco. Como dice la canción del Dúo Dinámico. Como dice el poema sobre el junco y el roble. Doblarse ante el viento, para seguir siempre de pie. Quédense con lo que tienen. Con todo lo positivo, que seguro que es mucho.

No quieran cambiarse por otros. Quédense, eso sí, con la mejor versión de ustedes mismos, que debajo de todas las capas está intacta y robusta como siempre. Y miren a su alrededor. Si perciben un entorno, es que están vivos. Y ante eso no queda otra que vivir y apurar la Vida al máximo. Feliz semana, y a más ver, amigos.

Álvaro Clavero