Por muy negras que muchos vean las cosas en Caspe, es necesario recuperar el optimismo. La Ciudad del Compromiso experimenta un cambio indudable.

La visitaba con un amigo geógrafo de profesión, y, al ver tanto inmigrante, me decía: «Caspe habrá aumentado su población, con toda esta gente». Y le tuve que decir que no, que seguía teniendo lo que las cifras oficiales le daban en los años 50 (creo que algo hinchadas entonces, dentro de aquella falta de rigor y utilización de las cosas propia de una dictadura). Le tuve que decir que seguía teniendo alrededor de diez mil habitantes. «¿Cómo es eso, -decía mi amigo- si veo tanta gente nueva?» y le contesté, guiado más por la intuición que por conocerlo realmente: «es que muchos caspolinos se han ido a vivir fuera». Ese es el drama de Caspe, que mientras por un lado se llena, por otro se vacía.

Viene todo este preámbulo a cuenta de que, por otra parte, creo que Caspe sigue teniendo mucha vitalidad en su sociedad civil. Si no, no tendría tanta tanta asociación; ni se podrían hacer fiestas como la del Compromiso; ni congresos como el que tuvo lugar el pasado fin de semana en el castillo sobre «recreación histórica, museos y didáctica del patrimonio».

No es sólo Caspe la que cambia. Ocurre que esta primera parte del siglo XXI es un periodo auroral, de ebullición; el comienzo de una era que nace con crisis en todo el mundo; momento en el que desaparecen valores, se crean otros y se incorporan desafíos. Y -si el ser humano no se carga antes el planeta Tierra- esto no es sino el prólogo, pues nos falta por ver los frutos del desarrollo de la biotecnología, que acabará trasformando al hombre tal como se le conoce ahora.

Pero no adelantemos acontecimientos ni hagamos ciencia ficción. El hecho es que el pasado fin de semana hubo en Caspe una reunión de gente llegada desde varios países que se dedican a recrear acontecimientos del pasado de forma histórica y lo más rigurosa posible. Todos coincidieron en que lo hacen como base para crear plataformas económicas que procuren subsistencia en el futuro. Caspe -casi sin darse cuenta ni pretenderlo- se ha metido de lleno en ello. ¡Fijaos en lo que somos capaces de montar, a fines de Junio, siendo tan descreídos!. ¿Qué no sería si tuviéramos algo más de fe y autoestima?. Aquella semilla que fue la representación por el Grupo La Taguara de Pilar Delgado de la «Crónica del Compromiso» escrita por su marido, el periodista Alfonso Zapater, ha fructificado en una fiesta popular de nivel regional (por el momento), un taller de indumentaria medieval (actual «Histórica Vestimentum») y la realización de este Congreso (o el de escritores) con vocación de continuidad. Pienso que al igual que ha pasado con la indumentaria podría ocurrir con las armas, las aves de cetrería, los caballos y la comida, sacando valor añadido a los elementos que intervienen en la recreación del Compromiso y el Juramento. Y en todo esto -sobre todo en lo circunscrito a lo medieval- se podría incorporar (ya se hace, de alguna manera) a la nueva población caspolina, pues no podemos olvidar que en nuestra larga Edad Media convivían, judíos, moros y cristianos, y nosotros no recreamos un enfrentamiento.

El anuncio de que se va a realizar -por fin- la Estación Intermodal; la proximidad de la Fantasmada (otra muestra de lo bien que se les da a los caspolinos la realización de fiestas con elementos teatrales) y la esperanza en que el actual Ayuntamiento va a hacer lo posible para que se instalen industrias en Caspe al arrimo del Puerto Seco prometido, hace que sea optimista sobre el futuro de mi pueblo, frente a quienes solo ven nubarrones negros en el horizonte.

Alejo Lorén