El estado natural del cuerpo es la relajación. Nos encontramos ya en agosto. A estas alturas del verano si no hemos conseguido relajarnos deberíamos intentarlo.

Transcurrida buena parte del año y haciendo balance del mismo, cada uno puede tener una visión del conjunto de vivencias o sinvivires más o menos intensa, pero no cabe duda de que el trabajo, los aconteceres políticos, las guerras, las noticias inagotables, las preocupaciones económicas, de salud, familiares, todas esas piedras que vamos cargando en nuestra mochila provocan el estado antinatural de tensión y rigidez. Es hora de relajar, que no es otra cosa que soltar, dejar de hacer fuerza.

El aforismo que dice «menos es más» funciona en este sentido. Menos actividad: no hace falta exprimir el tiempo, ni siquiera matarlo, con dejarlo pasar mientras ejercemos la contemplación sería suficiente.

umbarse y mirar hacia arriba, observar lo que nos encontremos, sean árboles, edificios, nubes o pájaros, encontrar la novedad, eso en lo que nunca te habías fijado, resulta verdaderamente reparador. Sentarse y mirar a lo lejos, enfocar-desenfocar la vista, recorrer el horizonte con lentitud pasmosa, provoca paz absoluta. Arrodillarse y observar de cerca lo pequeño, descubriendo la materia o la vida que brota en apenas unos centímetros cuadrados de tierra, puede convertirse en una aventura inesperada. El silencio es importante para favorecer estas atmósferas de relax, pero aun si el ambiente es bullicioso podemos abstraernos para transformarlo en una ligera música de fondo.

Menos pensamiento: no se requiere planificar, ni tampoco decidir ni valorar, con dejar la mente en descanso y que los momentos fluyan a su ritmo sería bastante. Callar, escuchar, percibir lo que surge a nuestro alrededor ayuda a desacostumbrarnos respecto a lo que nos han enseñado a hacer quizá con más fuerza de la que necesitamos: hablar, intervenir, producir.

Desapégate de lo que no importa y libérate del móvil, esa atadura virtual tan absorbente. Aunque sólo sea por unas horas. Tu vida crece. Eres más libre. Camina, yoguea, susurra una melodía, silba, cuida tus plantas, hay infinitas posibilidades de ritmos suaves; y, cuando lo hagas, únicamente hazlo, sin propósito alguno. Es el goce tranquilo y agradecido. No se trata de llevar el hedonismo al límite. Pero en tiempo vacacional a nuestro yo hay que insuflarle una generosa dosis de sustancia hedonista, imprescindible para vaciarlo de gases tóxicos. Hagamos hueco y relajémonos. El mundo también lo agradecerá.

Marisa Lanuza. Una de cal y otra de arena