Existe una manifiesta tendencia a dulcificar los contenidos educativos de cara a la formación de nuestros infantes y jóvenes. Creamos un colchón suave y mullido con la intención de evitar roces, raspaduras, heridas y daños varios que puedan afectar negativamente a su desarrollo emocional. Educación entre algodones, como los príncipes y princesas que quieren los padres que sean, o así los consideran ya. Una realidad ‘ad usum delphini’.

Esta expresión proviene de finales del siglo XVII y se traduce literalmente: para uso del delfín. Se dice de una cosa adaptada y manipulada por interés de alguien, una versión que omite lo que puede ser ofensivo, violento, inapropiado, convertida a contenido ‘para todos los públicos’. En su origen, esta sentencia hacía referencia al Delfín, título con el que se conocía al primogénito del rey Luis XIV de Francia, cuyo preceptor educativo, el duque de Montausier, elegía lo que podía leer el joven estampando la fórmula ‘ad usum delphini’ sobre la cubierta de los textos de clásicos griegos y latinos, previa supresión de pasajes considerados indeseados. Fueron víctimas de esta censura autores como Ovidio, Homero, Aristófanes y Marcial (nuestro buen filósofo oriundo de lo que hoy es Calatayud, de muy recomendable lectura, por cierto).

La censura actual sobre libros clásicos, cuentos, fábulas, temas musicales, películas y cualquier soporte cultural, es un ejercicio impropio de una sociedad que aspira a crecer en libertad. La obsesión mojigata por aplicar suavidad está matando la curiosidad, cercenando la creatividad, obstruyendo el espíritu crítico que aspira a brotar cuando se pretende un aprendizaje honesto. Para concienciar a nuestras criaturas sobre lo que está bien o mal debería ofrecerse el panorama variopinto de la realidad, en su belleza y en su crudeza, con normalidad y sentido común. Sobre lo histórico ya escrito, conviene enseñarlo tal cual en su versión orignal, pues es testimonio de una época de la que somos herederos, con sus matices propios y sus porqués.

Sin embargo, coexiste la paradoja de que a la hora de obsequiarles con aparatos digitales, no se pone barrera alguna al acceso a contenidos de toda índole, ya sea mediante videojuegos donde la violencia campa a sus anchas, aplicaciones que llevan a relaciones de dudoso fondo, o la red infinita de internet, donde descubren mundos desconocidos por sus tiernas mentes rosadas que pueden abocarlos a transitar por territorios oscuros donde la vulneración de la privacidad se superpone a la relación social. El peligro y la confusión están ahí y lo fomentamos con nuestro ejemplo de adicción, reconozcámoslo.

Nadie dijo que fuera fácil educar, pero contamos con multitud de herramientas. Sólo hay que usarlas con cabeza: proteger cuando verdaderamente hay que proteger, y dar rienda suelta cuando la ocasión lo merece. Como proyecto filosófico educativo, propondría siempre sobreponer a la locución ‘ad usum delphini’ la de ‘sapere aude’. Atrévete a saber. Ten el valor de usar tu propia razón. Porque, aunque dicen que la curiosidad mató al gato, a nosotros nos hará crecer, también tropezar, pero crecer al fin.

Marisa Lanuza. Una de cal y otra de arena