Hace apenas un par de días finalicé una lectura que fervientemente recomiendo, pues no debería dejar indiferente a nadie. Como habrán ya adivinado con el título, se trata de La tiranía del mérito del profesor de Harvard Michael Sandel, y a continuación, querría hacer una breve reflexión acerca de esta y su aplicación al contexto actual.

Seguramente al oír el término «meritocracia» piensen solamente en connotaciones positivas o en el ideal de lo que una sociedad tendría que ser. Sin embargo, Sandel apunta que esta es el «menos malo» de los sistemas de gobierno o de organización social. ¿Por qué? Porque si bien tiene en cuenta el esfuerzo personal, deja fuera de la ecuación otros factores que tienen una incidencia cuanto menos igual en el camino hacia el éxito profesional. De entre estos el autor destaca la situación familiar, la suerte como tal, o lo que él denomina «la concepción del bien común». Esto supone que distintas sociedades a lo largo de la historia han valorado en mayor o menor medida ciertas carreras profesionales y a modo de ejemplo, Messi en el siglo XXI es millonario y considerado el mejor jugador de fútbol de la historia, pero Messi en el siglo XIII hubiera sido probablemente un simple ciudadano más.

Estas razones no llevan a pensar que aquellas y aquellos que han logrado el éxito en el ámbito profesional no sean merecedores de ello, sino que estos logros no son totalmente atribuibles al esfuerzo como única causa. Pues, ¿cómo se explica, tal y como Sandel señala, que solamente entre un 4 y 7% de los nacidos en el escalón social y económico más bajo progresen al más alto? Si el único requisito para ascender socialmente fuera el esfuerzo, ¿cuál sería entonces el problema con la gran falta de movilidad social al alza? Este interrogante se responde con todas las circunstancias anteriormente explicadas y, adicionalmente, la igualdad de oportunidades, la cual es un pilar fundamental de la realización del utópico Estado de bienestar, pero eso ya es tema de otro artículo.

Lo que Sandel resalta de este punto de vista acerca de la meritocracia es que produce humillación y frustración en aquellos que no logran un trabajo que esté valorado por la sociedad y consecuentemente, se ven a sí mismos como los únicos culpables de este «fracaso». De hecho y para finalizar, la pandemia ha destacado como trabajos que no son adecuadamente remunerados ni valorados como absolutamente esenciales para el correcto funcionamiento del sistema. Esto no ha hecho más que poner en jaque la actual concepción de «bien común» y empezar a proponer una alternativa que comprenda otros valores y necesidades presentes en la sociedad.

María Micolau. Desde Valjunquera