La nueva ola de la pandemia vuelve a sacudir nuestras vidas. Aumenta de nuevo el número de muertos y el personal sanitario hace llamadas de socorro a la población para que nos autoconfinemos, agobiados como están por el desbordamiento de las Unidades de Cuidados Intensivos (UCIs). Hemos visto a Alcañiz en las noticias nacionales por las altas cifras de contagio alcanzadas, con gran probabilidad una factura de los encuentros navideños, mientras crece la convicción de que necesitamos urgentemente la vacuna.

En medio de estas penosas circunstancias, la entrada en vigor del Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN) el pasado 22 de enero ha pasado prácticamente desapercibida en este país. Y sin embargo se trata de un hecho trascendental, un paso de civilización para la humanidad en su conjunto. El que a partir de ahora queden prohibidos el uso, producción y estacionamiento de las armas nucleares es un acontecimiento para celebrar. El TPAN fue adoptado en 2017 por 122 países en las Naciones Unidas, tras años de empeño de ICAN, una coalición de organizaciones que por su trabajo mereció ese mismo año el Nobel de la Paz. Tras la adopción comenzó el proceso de firma y ratificación, pues para que un tratado entre en vigor son necesarias al menos 50 firmas y ratificaciones. Este número se alcanzó recientemente, pasando el TPAN a ser parte de la legislación internacional, del cuerpo de leyes del que nos dotamos para regular los conflictos entre países sin recurrir a la guerra. El logro ha sido celebrado por mucha gente en el mundo y de manera especial por los llamado hibakusha, supervivientes que todavía tienen en su cuerpo y en su memoria los muertos y el inhumano sufrimiento causado por las bombas atómicas que se lanzaron contra las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki.

La mala noticia es que ningún país de la OTAN lo ha firmado. Tampoco España. Y los tratados sólo obligan a los países que los firman. Sin duda a los gobiernos no se les escapa el desinterés de unas poblaciones que hoy por hoy no acaban de ser conscientes de la amenaza que significan estas armas inhumanas de destrucción masiva. Independientemente del grado de inconsciencia al respecto, lo que sí podemos entender es que los recursos económicos que absorben la producción y mantenimiento de las armas nucleares son hoy más necesarios que nunca para hacer frente a esta dura pandemia. España debería firmarlo.

Carmen Magallón