Es éste un concepto que se utiliza desde hace un tiempo a la hora de buscar rentabilidad a las cosas que se ofrecen al mercadeo. Se trata de un «valor añadido» al propio de las mecánicas en si.

Ese valor añadido puede lograrse de muchas y variadas —a veces sutiles— formas. Valor añadido es vender jamón en bocadillos, lo que multiplica —y  mucho— el valor del propio jamón utilizado; sólo el cortarlo aumenta su valor y de ahí que surjan «escuelas de cortadores de jamón», que puede parecer chocante.

Una vez dentro de esta filosofía del valor añadido hay que estrujarse la cabeza, y cada uno —y en cada sector económico— usar unas u otras practicas.

Aquí vamos a tratar de buscar cómo añadir valor a Caspe. Nuestra Ciudad del Compromiso tiene unos valores determinados tangibles y consustanciales: unas extensas tierras regadas por las aguas del Guadalope y del Ebro; un casco urbano grande, con monumentos históricos y servicios varios; una población solidaria y amante de las fiestas;  una estación de ferrocarril desde finales del siglo XIX; un gran pantano con estructura de meandros ideal para practicar deportes náuticos, etc.

Tiene también Caspe (y hay que tenerlos en cuenta) bastantes inconvenientes estructurales, geográficos y de carácter, como el estar en medio de un territorio despoblado y lejano a una vía principal de transporte, lo que lo ha abocado históricamente a la autarquía; tener una tradición agrícola que le aleja del espíritu emprendedor y arriesgado del comercio y la industria; o un carácter entre envidioso y parco, que en algunos momentos nos puede hacer parecer huraños; etc

De entre esos dos polos, el positivo y el negativo, de Caspe, podemos obtener una resultante, que, afortunadamente, da un valor total positivo: somos capaces de inventar y organizar las bellas Fiestas del Compromiso; financiar entre todos un órgano de tubos para la Parroqia; comenzar a reconstruir Casa Bosque; o solidarizarnos con Kamal en su desgracia. Y sobre esas cualidades positivas caspolinas es sobre las que hay que lograr «valor añadido» dada la competencia que en una sociedad global existe entre los lugares, pueblos y regiones.

No tenemos el mejor casco urbano de Aragón, pero si podemos hacer que el que tenemos esté cuidado, limpio y estéticamente atractivo; no tenemos buenas vías de comunicación, y llegar a nuestras coordenadas no es rápido, pero si podemos hacer que una vez aquí (si nos ponemos a ello) haya cosas interesantes que visitar, comer o comprar; no somos más de diez mil habitantes, pero si que podemos hacer que seamos amables, corteses y simpáticos. Y, sobre todo, tenemos que convertir nuestra multiculturalidad —con el apoyo de todas esas culturas, por supuesto— en algo positivo y atractivo; debemos lograr una población del siglo XXI en la que se practique la tolerancia y la convivencia, y en la que sea posible aprender y disfrutar de lo bueno de todas las culturas presentes. Todo, por supuesto, dentro de unas leyes que deben hacerse cumplir por el bien de todos. Es el reto de Caspe.

Alejo Lorén