La familia de los Ortigosa Morer es uno de los puntales de la Coronación de Espinas
La agenda de los fines de semana previos a la Semana Santa no es fácil en casa de los Ortigosa Morer. Este domingo, antes de meterse en los días clave, participarán con la cofradía de La Coronación de Espinas en la exaltación de La Puebla de Híjar. Con ello cierran y dejarán atrás cientos de kilómetros haciendo lo mismo a lo largo y ancho de Aragón y más allá.
La Coronación sigue incansable llevando los toques y las marchas poblanas allá donde son requeridos. Representan a La Puebla de Híjar y al Bajo Aragón pues con estas coordenadas suelen ser presentados antes de cada actuación. Incluso el año pasado estuvieron en Hellín en una jornada que organizó la Coronación de Espinas local y en la que contactaron con las demás con las que comparten nombre.
El año anterior, el 24 de marzo de 2016, el Ayuntamiento les concedió el Tambor de Honor por la labor de representación que realizan y que sale adelante porque ponen todos sus esfuerzos y recursos personales. La fortaleza de la Coronación está en su gente, en varias familias que forman otra enorme como la de Gloria Morer, que se ocupó de pronunciar unas palabras ese día. Entiende la pertenencia a una cofradía como una labor y una responsabilidad que solo surge si hay compromiso.
Esto se lo ha inculcado a sus gemelos Aitor y Víctor desde que empezaron a caminar y les colgó un tambor. Exactamente lo mismo que hizo su padre con ella y su hermana Sara. «Siempre han tenido claro que es un tema serio y que todos los domingos se ensaya. Ahora que son mayores de edad, que elijan», dice. Ellos sonríen sin ninguna intención de aparcar el bombo.
La familia reside en Zaragoza pero las idas y venidas son constantes. Siempre lo han sido. Primero, en tren yendo en la misma mañana de domingo para ensayar y volver, después con coche y luego además con Adolfo, su marido, zaragozano hijo de Cariñena. «Mientras ensayaban me quedaba dormido en el coche y a veces me rodeaban para despertarme», ríe.
Enseguida tuvo claro que si su Semana Santa iba a empezar a ser de ensayos y viajes para exaltaciones, mejor hacerlo desde dentro. «La primera que estuve me impresionó porque no tenía que ver con Zaragoza y ya me di cuenta de que tenía que estar dentro, tocar y vivirla», dice. Eligió bombo y empezó a participar en los actos. Se convirtió uno más de la Coronación de Espinas hace 18 años, cuando nacieron sus hijos.

Algo parecido sintió su suegra Fernanda. La madre de Gloria es natural de Villanueva de Huerva y la primera vez que vivió la Semana Santa poblana le impresionó. «Tenía la cabeza loca pero me emocionó entonces y hoy en día, también», explica. «Con las jotas y los tambores echa unos lagrimones… ¡Y sin ser del pueblo, cómo lo siente!», añade Luis, su marido y el que empezó todo. Lo empezó de verdad porque en su casa nadie tocaba tambores. «Los amigos sí y a mí eso me gustaba», recuerda.
Empezó con un bombo de su tío Ricardo al que se le rompió la piel y él, hizo un parche de otra piel y lo pegó con cola. «Imagínate lo que aguantó», ríe. Con el tiempo se fabricó su tambor, una costumbre que siguió con sus nietos Aitor, Víctor, Alba y Jimena y llegó a atreverse con un bombo que conserva la misma piel de cabra de 1987. «La colgamos con unas pinzas en la galería y entre los dos la pelamos con cuchilla de afeitar», recuerda Fernanda.
«Yo quería que tuvieran algo de su abuelo y que siguieran con la tradición, siempre gusta que las raíces de uno se extiendan», añade. Hasta el mismo Villanueva llegaron ya que sus hijas colaboraron hace casi 20 años en la formación de la cofradía yendo los domingos a ensayar.
Sale a colación el futuro y el descenso de habitantes. Atrás quedan los tiempos de los miles de habitantes gracias a la Azucarera y la Harinera. «Recuerdo mi vida con un tambor y una túnica. Además de ilusión, debe haber trabajo en equipo. Mantener nuestra tradición es cuestión de todos», concluye Gloria.