Desde hace más de dos décadas, Jorge Egea dedica su vida a la escultura, un arte del que quedó prendado en cuanto lo comenzó a trabajar siendo un estudiante de Bellas Artes. Siempre ha sentido debilidad por el arte figurativo y sus piezas, donde el cuerpo humano es absoluto protagonista, están cargadas de una tremenda fuerza esculpida al natural ya sea en bronce, mármol, madera, piedra o alabastro.
El mundo Clásico siempre ha sido su fuente de inspiración en todas las vertientes, también la literaria. En la actualidad trabaja en unas piezas inspiradas en «Dionisio», un espectáculo de danza que representó Rafael Amargo este verano en el Festival de Mérida. «No es una reproducción del espectáculo, es mi interpretación, a través de dibujos y piezas, de momentos que me resultaron inspiradores», apunta. Si en el mundo Clásico se servían de atletas para las representaciones, Egea hace lo propio trabajando con gente de la danza o del deporte. «Me inspira la belleza de la figura humana ya sea en movimiento o sin él. En la quietud se trasmite mucho», añade. Al mismo tiempo prepara su colaboración para una exposición colectiva en Bilbao sobre el diseñador Manuel de Gotor.
El taller barcelonés de Jorge es un continuo trasiego porque alterna este espacio con tiempo para sus creaciones y con tiempo de impartir clase. La docencia es una de las facetas a la que dedica esfuerzo tanto en su taller como fuera ya que colabora con tres universidades y escuelas universitarias y por ello viaja una vez al año a impartir clase a California.
«Ahora estoy haciendo alguna incursión en el modelado digital», sorprende de repente. «Entra en la parte de investigación, creo que se pueden dar respuestas a las artes tecnológicas desde las tradicionales, que son las que le pueden dotar de personalidad. El ordenador es como la piedra, hay que darle forma», comenta. «No debemos abrumarnos por las tecnologías», apunta y señala al Humanismo como la clave ante la superficialidad que parece haberse instalado en las aulas. «Nos estamos encontrando con falta de profundidad en los conceptos, todo se queda en lo superficial», cuenta con cierta preocupación.
Jorge es además presidente del Instituto Catalán para la Investigación en Escultura (ICRE). Es una asociación sin ánimo de lucro que promueve una actividad mensual con el fin de difundir y promover los trabajos de artistas e historiadores en torno a la escultura. «La escultura siempre ha sido y sigue siendo la hermanita pobre de las Artes y por eso nació esta agrupación, para investigar, promocionar…», añade.
Y al fin… Alcañiz
Hace años, -desde que terminó la carrera universitaria-, instaló su taller en Barcelona. Desde allí sus impresionantes cuerpos humanos hechos escultura han recorrido decenas de países. Japón, Estados Unidos, Holanda, Italia o Francia, son solo algunos. También han recorrido España y su querido Bajo Aragón, al fin, en 2018 cumpliendo un anhelo del escultor. Fue la UNED de Barbastro desde donde se interesaron por «Spiritvs classicvs», una colección de prácticamente toda su obra. A los meses en Barbastro, le siguió Alcañiz.
A partir de ahí, la obra de Jorge siguió recorriendo la zona: primero Maella, después Albalate del Arzobispo, donde el castillo acogió estas tres visiones de la figura humana, y al final en el Matarraña, territorio que quedó conectado con esta ruta escultórica. Este recorrido lo hizo en una muestra colectiva en «Miradas escultóricas, 3 interpretaciones de la figura humana». Se unió con el castellonense Adrián Arnau, y el maellano Joaquín Hernández. Egea fue propuesto para participar en esta sección por José Miguel Abril, anterior entrevistado, y él lanza el guante a Joaquín Hernández. Ambos son «aragoneses en la diáspora», como apunta Jorge con una sonrisa.
En Barcelona, en el taller del alcañizano, confeccionaron un buen tejido de trabajo y una estrecha relación de amistad. «Va con mi carácter crear redes y la escultura facilita el contacto con otros compañeros para trabajar. De hecho, solo para mover una piedra ya necesitas a alguien», comenta. Exponer en territorio bajoaragonés donde está toda su familia, -que le sigue y le arropa en sus movimientos-, era importante para Jorge y cada vez hace más viajes a la zona. Ya lo hacía por motivos personales y ahora también por laborales. De «Miradas escultóricas», de la que fue comisario Santiago Martínez, surgió una colaboración con «Proyecto Alabastro» en Albalate del Arzobispo del que es coordinador. En los últimos meses, Jorge ha impartido un curso de bajorrelieve demostrando que el arte puede ser un gran dinamizador y ‘veraneó’ buscando el reconocimiento del material realizando una estancia artística.
En la carrera de Jorge, de la que hay buena cuenta así como su agenda en su cuidada página web-, hay obra en iglesias y también obra pública, algo que le «encantaría hacer en Alcañiz» y que se puede ver en Barcelona, Francia o la cercana Sariñena. El bajoaragonés sigue con sus retos aunque algunos no dependan tanto de su propia voluntad, como por ejemplo, exponer en Zaragoza. «No ha habido manera pero no desisto», sonríe.