En los obradores lácteos de Caspe y Ejulve, se ha cambiado estos últimos días la leche por lágrimas. El reguero de gotas saladas viene desde la vaquería de Alcorisa, que sacrificó hace una semana a sus últimos animales. Había 200, entre madres y terneros. Era el único ganado de vacas lecheras de la provincia de Teruel desde hacía cinco años. Ahora (a marzo de 2023), es el último. Los dos hermanos propietarios, que han ordeñado hasta jubilarse, «lo están pasando mal», según cuenta el que fue veterinario de la explotación, Álvaro Aranda. Ellos prefieren no hablar. Tampoco José María, el hijo de uno de ellos, y único de la familia que trabajaba en la vaquería, que no ha podido consumar el relevo generacional. «No vio viabilidad económica, ni calidad de vida», explica Aranda. Su difícil decisión ha puesto en jaque a otras dos empresas familiares: la granja Los Arcos de Caspe y la quesería Los Santanales de Ejulve. Ambas se han quedado sin los 3.000 litros de leche de vaca diarios -que salían de la sala de ordeño alcorisana- para producir sus derivados.
Las explotaciones familiares del sector lácteo de Aragón se mueren. En 47.697 km² de superficie, solo quedan medio centenar de granjas. Ni Casimiro Tena -gerente del obrador de Caspe-, ni Luisa Puig -propietaria junto a su marido, Pedro Navarro, del negocio de Ejulve- esconden su descontento con una administración que les «ha estado castigando durante muchísimos años». Una botella de agua ha llegado a ser, en numerosas ocasiones, más cara que un cartón de leche. Sin embargo, ninguno de los dos está dispuesto a rendirse. Como en cualquier guerra estancada, los productores del medio rural han librado una batalla tras otra para sobrevivir, y en esta última, ni Casimiro ni Luisa, ni sus familias, van a bajar sus mejores armas: la resiliencia y el esfuerzo que no conoce el límite entre el día y la noche.
Los obradores lácteos de Caspe y Ejulve ya han modificado su cadena productiva para resistir al cierre de la vaquería de Alcorisa. La granja Los Arcos está comprando leche de vaca en la provincia de Lleida, a 200 kilómetros, en vez de a 60 km. Por su parte, la quesería Los Santanales asumirá el reto de hacer un derivado puro de cabra con su rebaño. La primera empresa incrementará el precio de sus productos y la segunda, mermará sus kilos de queso a más de la mitad. También la primera se centrará en fabricar los derivados que mejor le caen a los bolsillos de sus clientes -yogures sí, queso curado no-, y la segunda, aumentará su rebaño de 300 cabras y ampliará su línea de productos, con queso fresco, más variedad de curados y, quizás, hasta yogures. Ambos negocios se dan un plazo de un año para salir a flote.
Menor producción, menos empleados
La Cooperativa Láctea Altoaragón (a la que pertenecía la granja de Alcorisa) le ofreció al obrador de Caspe una nueva vaquería. «Ya veremos si podemos aguantar o no con este cambio, porque ahora los costes son multiplicados al estar muchísimo más lejos de nuestro proveedor», explica el gerente, Casimiro Tena. Como consecuencia de esos 140 kilómetros extra, se encarecerán sus productos. «Si no puedo competir con otras marcas, mis ventas caerán y no podré pagar mis gastos», detalla, con preocupación. El obrador familiar compra alrededor de 2.500 litros de leche de vaca en dos tandas semanales desde que dejó de tener ganado propio hace tres años.
La empresa caspolina elabora productos derivados de la leche desde hace 32 años. Sus yogures sin conservantes son su seña de identidad, distribuidos y saboreados por 400 paladares de 150 kilómetros a la redonda. Sin embargo, no podrán seguir satisfaciendo las papilas gustativas de sus vecinos, si no les rebajan los impuestos. «La administración no es consciente del nivel de impuestos que estamos soportando las empresas pequeñas. Como no lo cambien a corto plazo, no vamos a sobrevivir ninguna», advierte Tena. De momento, la reducción de su línea de productos ha disminuido también su plantilla, de ocho a cuatro trabajadores.
En el caso de la quesería de Ejulve, quedarse sin el oro blanco de Alcorisa, le ha supuesto pasar de producir de entre 15.000 y 20.000 litros al mes, a 7.000. La reducción en la facturación ha conllevado el despedido de dos empleados. Para ellos, es inviable trabajar con otra vaquería. Sin embargo, confían en salir adelante el próximo año «volviendo a sus orígenes». «Cuando empezamos, solamente usábamos leche de cabra», recuerda con esperanza la propietaria Luisa Puig.
Entre las dos empresas han tenido que despedir a la mitad de sus trabajadores, sin contar la vaquería que ha cerrado. Este es el futuro que nos espera. Eso sí, de molinos y placas vamos a ir sobrados.
Así es, tristemente; la mitad, al paro, la producción a la mitad, los suministros de otra comunidad, los precios subiendo…es más que posible que sus ventas desciendan y su continuidad esté en riesgo a medio plazo.
Aunque tampoco hay que olvidar que las manifestaciones políticas (con más folklore que objetivo) contra los molinos encontrarán participantes a montones; mientras nadie hará nada por ayudar realmente a todas esas personas que en un goteo silencioso van perdiendo su trabajo.
La España vaciada…“Todo lo que pasa, es por algo; y todo lo que no pasa es, así mismo, por algo”