Pasan los días y siguen sin restablecerse las frecuencias de los trenes que diariamente conectan Barcelona y Zaragoza con parada en Caspe, Fabara, Nonaspe, Fayón, La Puebla de Híjar y Samper de Calanda. Motivos laborales, de estudios, familiares o de ocio llevan a decenas de personas a hacer uso de este medio de transporte que además es una seña de identidad del territorio.

Servicio demandado, querido y necesario pero la extinción es una posibilidad que amenaza de forma permanente en nuestras estaciones de ferrocarril en las que de vez en cuando aparece algún horario suprimido de forma inesperada. Esta vez han sido el 50%, 4 de 8 frecuencias, y las más transitadas correspondientes a primera y última hora del día. Ayuntamientos, comarcas y DGA ya han mostrado su malestar esperando que la situación actual con los trenes a la mitad no sea una nueva excusa para dejarlo así y cruzando los dedos para que no vaya a menos. Sólo hay que tirar un poco de hemeroteca para encontrar motivos para desconfiar. Hace cinco años, el plan de movilidad de Adif para sus empleados -que también vendían los billetes en las estaciones- desembocó en la supresión de este servicio en La Puebla de Híjar o Caspe a lo que Renfe respondió colocando máquinas expendedoras. Sólo la de Samper de Calanda vendía entonces en taquilla porque allí se concentró la mayor parte de personal debido a la cantidad de tránsito. Era principalmente de mercancías basado, sobre todo, en el carbón de la Central de Andorra, así que, no es difícil imaginar el efecto que ha tenido el cierre de la Térmica. Tal y como se vaticinó, las máquinas pronto dejaron de funcionar y los billetes había que comprarlos en el vagón pero eso no siempre es posible ya que la falta de revisores lo hacía imposible. La consecuencia de estos recortes es que, aunque el tren vaya lleno, los viajeros del territorio no constan en ninguna estadística porque no han comprado su billete. Fue hace cuatro años cuando los propios usuarios denunciaron esta situación ante el temor de que sus viajes involuntariamente gratuitos fuesen la excusa perfecta ante los intereses empresariales para convertir esa línea en deficitaria y, por lo tanto, condenarla al cierre.

Los miedos se repiten y se vuelve a dar la voz de alarma reivindicando un servicio digno, justo y un trato respetuoso para un territorio que confía firmemente en el ferrocarril cuyas vías serían suficiente para el despegue, por ejemplo, del cargadero poblano. Es el mejor medio de vertebración y de crecimiento. El Bajo Aragón Histórico no puede permitirse perder el tren.

Editorial