Como si no tuviéramos bastante con vivir en medio de una pandemia de una enfermedad que puede ser mortal o muy grave, llegan los gestores de lo público y se ponen a legislar sobre imponderables y cosas que afectan a la libertad de cada cual; aunque en el fondo se vislumbra que lo que dictaminan en cada ocasión es lo que les conviene políticamente en cada momento: si no hay mascarillas, en lugar de enseñarnos a hacerlas, se dice que «no son necesarias»; si conviene que haya turismo, se declara que «ha llegado el momento de mostrar de nuevo la sonrisa». Si parecen útiles unos indultos para apaciguar la ‘fiera independentista’, se cambia lo dicho anteriormente.

Al ser humano le gusta que le digan lo que debe de hacer en esto de la mascarilla y en muchas cosas. Es laborioso llegar por uno mismo al convencimiento de algo, y es más fácil que alguien al que consideremos sabio y bueno decida por nosotros. Es por lo que triunfaron las religiones y los partidos comunistas (que son una evolución de aquellas, solo que sustituyendo a Dios por un método materialista que dicen consigue la liberación del ser humano), esas superestructuras dan certidumbre, y encandilan a las masas porque son claras en dar pautas y marcar caminos; solo que luego nos amenazan con castigarnos terriblemente si no las seguimos.

Tenemos un Gobierno muy dado a darnos pautas de obligado cumplimiento, de gobernar por decreto-ley, de hacer cambios en lo que parecía estar determinado por la Naturaleza, como el sexo, y meten en una larga lista de iniciales en mayúscula algo tan complejo como el deseo. Y, ademas, pretenden modificar el lenguaje milenario por el «inclusivo», aunque la RAE diga que es una aberración lingüística.

Hasta ahora se dedicaban a gestionar sobre lo concreto, como la creación de empleo, potenciar los sectores económicos, las infraestructuras, incluso repartir la riqueza que obtiene el país. Pero con la alianza con utópicos y populistas pretenden darnos hasta lo que no pueden por no haber recursos; como está pasando con la aprobada paga mínima que iba a ser «para todos», y ha acabado siendo -por ahora- para unos pocos, pues incluso no llega, por ser muchos, a todos los que lo necesitan por no tener recursos.

Es un Gobierno de muy buenas intenciones, pero que ignora al que no piensa como ellos (¿sectario?). Que promete y promete tanto como, digamos, cambia de opinión su presidente. Y reparte y reparte millones europeos de cuya distribución aún tenemos que ver el resultado. Hasta ahora sólo sabemos de cierto que hay muchos más gastos (esos parecen no querer recortarlos) al haber multiplicado ministerios, asesores y personal de libre designación.

Recordemos la fabulación de Saramago, el escritor portugués: en la balsa pétrea de Iberia estamos todos, incluso, -mal que les pese- los independentistas catalanes que siguen esperando el Mesías que les conceda la ‘tierra prometida’, que no se si lo fue por Carlomagno en tiempos de la Marca Hispánica. Y Sánchez pretende, a su vez, ser quien pase a la Historia como quien rompió el ‘nudo gordiano’ catalán. Suerte.

Alejo Lorén. De cal y arena