Siempre me gustó Ismael Serrano, desde que lo conocí gracias a mi padre. Le acompañan sus canciones cada vez que se encierra a escribir o jugar al ajedrez. Se nota en su música la influencia de otros grandes cantautores como Serrat, Aute, Sabina o Silvio Rodríguez, además de la pluma de poetas Luis García Montero y Benedetti. Mi tema favorito es ‘Nieva’.

Por supuesto, y como ocurre con otras personas a las que admiro, sigo a Ismael en redes sociales, donde es muy activo, y expresa abiertamente su ideología y opiniones sobre cualquier tema. Ismael tiene grandes ocurrencias. Hace un tiempo, tuvo la idea de preguntar a sus seguidores por la canción más triste del mundo. La respuesta fue masiva. Entre ellas, una en particular resonó profundamente en mí. Aunque la había escuchado antes, esta vez captó mi atención de manera especial: era la voz mágica de la cantante argentina Mercedes Sosa. Su estilo único de interpretación llega al alma, pero lo que realmente me impactó de la canción fue la sorprendente combinación de su voz melodiosa con otra muy distinta, potente y rompedora, de René Pérez, también conocido como ‘Residente’, el rapero de Calle 13.

Es un cóctel formidable, una mezcla increíble pero que funciona, una propuesta musical tan loca y arriesgada como aquella de Caballé y Mercury. En este caso, el tema de Sosa y Pérez narra la triste realidad de muchos niños latinoamericanos que deambulan solos por las calles. Al escucharla, no pude evitar pensar que sí, que tenían razón: es una de las situaciones más desgarradoras a las que puede enfrentarse el ser humano. «Soy una sonrisa sin dientes», «soy lo que sobró de la guerra», «arroz con piedras, fango con vino y lo que me falta me lo imagino…» A veces, las redes sociales nos brindan este tipo de experiencias: una chispa de curiosidad, una revelación impactante, algo que nos llega al alma y nos hace reflexionar.

Lamentablemente, el ser humano siempre se supera, y en estos días no hay un único niño en la calle. No solo en Latinoamérica. Mi mente viaja sin querer hacia las calles de Gaza, que están llenas. Allí, miles de niños contemplan el horizonte, no buscan el sol o las estrellas, sino que tratan de atisbar dónde caerá el próximo misil que podría acabar con su vida o la de sus familiares.
«Porque de nada vale, si hay un niño en la calle».

Laura Quílez. En busca del tiempo perdido