Olga es la más joven de tres generaciones de tamborileros en activo donde el sonido del bombo gana al del tambor
En casa de los Martín Espés priman los bombos. El único tambor es el de Andrés, aunque también ha dado sus mazazos. Prueba de ello es una foto enmarcada en blanco y negro tocando un enorme bombo a sus 17 años de «Los Tambores». De vez en cuando Olga también se cuelga el tambor, «depende de lo equilibrada que vea la procesión ese día», cuenta. A sus 29 años, es la representación de la generación presente, la que ahora vive y participa de la eclosión de esta tradición también como parte de la cuadrilla de Samper en la Ruta. «Nosotros vivimos la transición de la Semana Santa de nuestros padres a la que hoy que vive nuestra hija y que nada tienen que ver», dice Óscar.
A falta de unos días para el comienzo de la gran semana, están todos sentados alrededor de la mesa y los mayores, -todos nacidos en la década de los 40-, se trasladan a un Samper muy distinto. «Íbamos en una cuadrilla enorme y cuando el toque se desmandaba en la procesión, se ponía en orden al toque de una corneta», recuerda Andrés. Eran tiempos en los que se tocaba de día y en los que se «escotaba» para rondar por las casas, pero sobre todo, por las tabernas y en Samper había unas cuantas. Una de ellas era de la familia de Margarita Gracia. «Todos pasaban por allí, era continuo», dice corroborando las palabras de su consuegro. «No había dinero pero sí mucha gente en el pueblo, pasaban hasta los serenos a ver si cerrabas a la hora», añade. «En este pueblo hemos llegado a estar 3.000 y ahora tan apenas somos 700», añade Óscar.
Él y su mujer Mamen ya empezaron a dar sus primeros toques en una Semana Santa más ordenada. Óscar con el bombo y Mamen con el tambor. «Pronto cambié al bombo, no sé por qué pero yo lo veía y quería tocar bombo», dice, así que no es raro que su hija se decantase por lo mismo. En los álbumes familiares hay unas cuantas fotos de Óscar con su padre José Mª, quien a sus 79 años es el que se ocupa de tensar los de toda la familia. Cuando contrajo matrimonio con Margarita, empezó a tocar. «Entonces no era fácil compatibilizar trabajo y tambor», argumenta Andrés, quien tampoco lo tuvo fácil mientras trabajó en la mina.
«Cuando me jubilé hace 25 años cogí todas mis aficiones con muchas ganas», ríe. Si para la nieta el Romper la Hora es algo indescriptible, el «momento más especial», para José Mª es el Santo Entierro. «Según vas subiendo al Calvario parece que vas más ligero, es una sensación…», trata de explicar, a lo que Asunción le da la razón. «Esa procesión es muy bonita», apoya. Ella participa acompañando al Cristo Crucificado desde hace unos años cuando la quinta del 45 lo propuso. «Salimos unas cuantas, tanto mujeres como hombres, y lo empezamos a hacer con el fin de que se animase más gente con otros pasos», explica.
Todos en casa participan de una manera u otra en la Semana Santa. «Yo me emociono cuando pasan y los veo a todos tocar», dice Margarita refiriéndose a las tres generaciones que tiene en casa que en estos días coinciden pero en la calle porque cada uno marcha con sus cuadrillas y peñas de amigos. «Se pasa muy rápido y tratamos de estar a todo, tanto por las noches, como a las rondas como a las procesiones, que al final, es lo que hay que cuidar y participar», dice Olga. «Es la base de toda la Semana Santa», apoya su padre.
«A mí esto me viene de casa, está claro, pero el momento exacto no sé… ¡de toda mi vida!», añade la más joven que trata de imaginar cómo era ese Samper de 3.000 habitantes del que está escuchando hablar. «Se ha pasado por muchas etapas y tiempos mejores y peores pero nunca nos ha faltado la alegría y el humor, así que…», concluye divertida Margarita con un optimista «así es» de toda su familia.
Javier Moya Nueno dice
¡Excelente serie de artículos! Una gran idea.