Podría haber elegido cualquier otro camino, pero habiéndose criado con las melodías de la banda municipal de Andorra, que se haya dedicado a la música de forma profesional era una posibilidad. Alicia Pallarés Tello (Andorra, 1985) eligió ese camino siendo muy pequeña. Tras ella, su hermana pequeña Ana hizo lo propio. Ambas son dignas hijas de sus padres, porque fueron Marisol y Germán los que les inculcaron su amor por la música al llevárselas a los ensayos dirigidos entonces por Celestino Ortén. «Nosotras jugábamos, mucha paciencia tenían los músicos al tenernos por allí, eso lo pienso ahora», sonríe. Aquello fue calando y pronto comenzaron a tocar. «Nadie me impuso nada pero es que vivíamos rodeadas de música. Y elegí el requinto porque lo tocaba mi madre, mi padre llevaba el trombón y entonces yo lo veía gigante», añade. Del requinto pasó al clarinete, instrumento que estudió en el conservatorio de Alcañiz para pasar después al del Castellón. De allí marchó a Rotterdam donde cursó el bachelor y un máster. «No me lo había planteado pero en esa época los compañeros hablaban del extranjero y al final, por mi profesora de Clarinete, Nancy Braithwaite, decidí probar y entré en el conservatorio de Rotterdam». Acabó los estudios y fue enlazando proyectos. Desde 2009 sigue en la ciudad holandesa trabajando por cuenta propia como freelance.
Se dedica a la música clásica, especialmente de cámara, y toca con varias agrupaciones de formaciones diferentes como duetos con piano, o quintetos de viento, además de hacer algunas actuaciones con orquestas varias. «Según vas haciendo vas conociendo a más gente y más oportunidades se presentan. Es lo bonito de esto, poder trabajar con mucha gente y variada», dice. Uno de los proyectos más novedosos que lleva entre manos es un quinteto de cañas de instrumentos de viento-madera. Su radio de acción son teatros y salas en la propia ciudad pero también entran giras por Países Bajos y más allá si se presenta la ocasión. «Si hay que ir a Bélgica, se va», ríe. Mientras saca adelante estos trabajos, sigue dedicando horas al estudio y la práctica. «Es indispensable para no perder la forma, hay que estar preparada porque hay mucho nivel», añade. De hecho, la palabra fácil no encuentra acomodo ni en la vida de profesional ni en todo el camino previo. «Lo suelo comparar con los deportistas de élite, esto es lo mismo. Requiere de sacrificios y quizá no puedes salir lo que te gustaría con tus amigos. Pero compensa porque me dedico a lo que me gusta», reflexiona.
La música como forma de vida
Siempre tiene sus orígenes presentes y quizá termine por volver a ellos. «Estoy muy bien aquí, me siento una más pero echo mucho de menos todo y no descarto nada», añade al teléfono mientras sus dos pequeñas hijas demandan atención. «¡Sí! Siguen la estela, les gusta y me piden música», ríe Alicia, que no oculta que le encantaría que la música forme parte importante de sus vidas. «Otra cosa es que luego se dediquen a ella, pero por parte de sus padres no quedará», apunta. Y es que su marido es violinista, así que los estímulos los reciben en casa y fuera en un país donde la cultura está considerada y goza de espacio y protección, por lo que se dan las oportunidades para tocar.
Es la música la que acorta distancias con Andorra donde están sus padres y su querida banda a la que siempre regresa, y también con Madrid, donde tiene a su hermana. Comparten inquietudes, consultas o se piden opinión. «Nos enviamos audios a ver qué nos parece lo que estamos ensayando en ese momento, la conexión es permanente», añade.
enhorabuena! y gracias por el ejemplo que das.