Entre libros, partituras, apuntes y más apuntes ha iniciado el verano Manuel Quesada Benítez (Alcañiz, 1985), un músico que se ha enfrentado a las oposiciones. Lleva «toda la vida matriculado en algo» pero no por estar acostumbrado al hábito del estudio disminuyen las ganas de terminar, cerrar página y «disfrutar unos días en la huerta».
Su Alcañiz natal está muy presente en su día a día, que desarrolla en Granada desde hace más de diez años. Llegó a Andalucía en 2008 procedente de Alemania donde mientras terminaba estudios se preparó las oposiciones. Aprobó para Andalucía y desde entonces, su actividad principal es la docencia porque ejerce de profesor de trombón en el Conservatorio Profesional de Música «Ángel Barrios» de Granada. Ahora se ha presentado para optar a las cátedras de conservatorio superior. «No es fácil pero tengo ganas de pasar a otra cosa porque ha sido un año intenso», dice. Y es que Manuel compagina la docencia con la actividad concertística con varias formaciones, como por ejemplo, la Orquesta Ciudad de Granada con la que suele colaborar. Otras, unas cuantas, son agrupaciones de música antigua ya que es una de sus especializaciones.
Se dedica a la interpretación del trombón moderno pero también del sacabuche, el equivalente al trombón del Renacimiento y el Barroco. Es por ello que gran parte de su tiempo entre partituras y libros se debe a la investigación. Una vez regresó a España, estudió la carrera de Musicología en la Universidad de Granada, el máster y en la actualidad está sacando adelante el doctorado. Aparte cursó un postgrado de música antigua de sacabuche en el Conservatorio Real de La Haya (Holanda). «Por eso digo que he estado matriculado en algo toda mi vida… De hecho, aún lo estoy», ríe.
Manuel no quiere ni oír hablar de acomodarse, defiende la actividad fuera de las aulas como el complemento perfecto y necesario para dar clase. «¿Cómo explicas a tu alumnado el momento de enfrentarse a un escenario si no lo practicas tú mismo?», pregunta. Coincide con su antecesor en EncontrARTE y quien propuso su nombre para la sección, Ángel Molinos, en que esto es una forma de vida. «Depende del compromiso que tengas con tu profesión y también de que tengas gente a tu alrededor que lo entienda y te apoye y yo, en ese sentido, he sido y soy afortunado», dice. En octubre fue padre por primera vez con su pareja que también se dedica a la música. «Ha sido un año intenso… Muy especial», reitera. En cuanto termine y pueda tiene previsto pasar unos días en Alcañiz, el origen de todo.
Alcañiz, en el origen de todo
Al ver a su hermano Fran tocar, él también quiso apuntarse siendo un niño de 8 años. Ya empezó con el trombón y 28 años después, siguen inseparables. Al tiempo que estudiaba en el Conservatorio tocaba en la Unión Musical Virgen de Pueyos y ahí, de las quedadas que hacían unos cuantos los sábados para practicar por su cuenta, nació otra curiosidad. «Si yo me metí en la música antigua y me interesé por el sacabuche es por culpa de José Vicente Navarro», adelanta. «Él traía discos de música antigua y la impresión que me dio siendo un crío al escuchar la sonoridad de los ensembles de la época se me quedó grabada. Cuando salí de Alcañiz para estudiar el Superior en Madrid, decidí ponerme con ello», añade.
Comenzó a ir a los cursos de Daroca, a dar clases específicas, algunas con profesores en Bélgica, y ya no paró. Es una dedicación paralela a la del trombón moderno y lo que le da más carga de trabajo. De hecho, este verano tiene gira en Eslovenia, un festival en Zamora, grabación en Valencia y curso en Jaén. La mayor parte de estos compromisos implican al sacabuche. Colabora con varios grupos con los que ha grabado discos. Uno con los que más suele tocar es el ensemble «La Danserye», una agrupación con la que actuó hace unos años en Alcañiz con la Fundación Quílez Llisterri.
Ya cuenta los días para disfrutar de su ciudad. «Siempre cae la visita a la Biblioteca a consultar actas antiguas… ¡Ya vuelve el friki!», bromea. «Me tratan estupendamente cada vez que voy», apunta. «Me lo tomo como días de estar tranquilo y con la familia pero no me puedo esconder, en cuanto oyen el trombón saben que he venido», apunta divertido y agradece la suerte que tiene con unos padres muy pacientes que han soportado años con un trombón en casa ensayando a diario lo mismo. «Imagina eso… Lo mismo que mis santos vecinos, sólo ellos saben lo que es eso… Y si he podido dedicarme a lo que me apasiona es por toda esta comprensión», concluye.